El paciente o los familiares suelen acudir al médico, en principio, por alteraciones de la memoria o síntomas depresivos. Es muy difícil reconocer el inicio de la enfermedad y puede pasar desapercibida durante algún tiempo. Suelen descartarse otras patologías, tales como depresión (o pseudodemencia) o problemas hormonales o infecciosos, que pueden empujarnos a creer que existe una demencia cuando en realidad no es así.
Se realizarán baterías de test, que comprenden los aspectos neurológicos y psicológicos, para contrastar la existencia de deterioro cognitivo, examen neurológico completo y pruebas complementarias, como de neurología e imagen cerebral y análisis de sangre. El diagnóstico definitivo sólo se puede realizar a través del examen neuropatológico, es decir, por biopsia cerebral (no se realiza en la práctica clínica) o autopsia.
Los criterios diagnósticos más utilizados en la actualidad son los propuestos por el Instituto Nacional de Enfermedades Neurológicas y Trastornos de la Comunicación e Ictus (NINCDS), la Asociación de Enfermedad de Alzheimer y trastornos Afines (ADRA) y los de la Asociación Americana de Psiquiatría (DMS-IV).
En cualquier caso, este proceso diagnóstico es un camino largo y duro que, a menudo, se convierte en fuente de ansiedad e inseguridad para enfermos y familiares. Es importante tratar de informarse lo necesario y contar con apoyo durante el proceso.